Sobre agricultura ecológica, calentamiento global, nuevo, viejo, urea y caballos.
Laércio Meirelles[1]
En Brasilia, Brasil, entre los días 10 y 13 de abril de 2008, el Comité para la Soberanía Alimentaria - CIP (Coordinación Regional de América Latina y el Caribe) facilitó la realización de la “Conferencia Especial para la Soberanía Alimentaria , por los Derechos y por la Vida ”. Provenientes de 20 países, se reunieron 140 representantes, hombres y mujeres, campesinos, agricultores familiares, trabajadores rurales, pescadores artesanales, jóvenes, Pueblos Indígenas, redes y ONGs involucrados en la soberanía alimentaria y el derecho a la alimentación, para analizar el desarrollo económico y social de América Latina, el modelo industrial de agricultura y pesca y sus efectos sociales y climáticos, y las alternativas basadas en la soberanía alimentaria.
Han sido cuatro días de presentaciones sobre diferentes realidades, debates y reflexiones. ¿Conclusiones? De un lado, nada novedoso: las venas del continente siguen abiertas. En los últimos tiempos, las viejas estrategias de expoliación se han modernizado; cambiaron la forma pero mantuvieron el contenido, generando lo de siempre, desde hace cinco siglos: desigualdad social y degradación ambiental.
¿Ejemplos? Los agro – combustibles se vuelven un ejemplo interesante por ser un buen vaso comunicante entre la problemática rural y urbana. Para seguir obstruyendo las arterias de las ciudades, pero disminuyendo las emisiones de CO2, se propone la producción de agrocombustibles con un patrón tecnológico que es netamente emisor de gases invernadero. Al menos queda la ventaja de concentrar más las tierras y disminuir la producción de alimentos. Claro, si no fuera una ventaja para algunos, no sería visto como solución.
El discurso mediático de los agrocombustibles promete ampliar los ingresos de agricultores familiares, mitigar el cambio climático y frenar el alza del precio del petróleo. Los efectos colaterales no importan: concentración agraria junto con competencia, por tierra y agua, entre los cultivos energéticos y la producción de alimentos. Una vez más, la ganancia no llega al bolsillo de quien produce en pequeña escala. Se concentra en unos pocos.
Hablando de medios de comunicación, el calentamiento global es el problema de moda. Creado por pocos, sentido por todos, existe un claro intento de falsear la verdad, socializando responsabilidades. Como salida, la perversa lógica de generar problemas para vender soluciones sigue siendo priorizada. Buscar nuevos – y vendibles – combustibles sí, aumentar eficiencia y disminuir necesidades, no. ¿Consumir menos? Ni hablar. Aun más ahora que estamos convencidos que el consumo es el antídoto de la depresión – económica o humana – y la pastilla de la felicidad.
En la agricultura esa perversa lógica ha encontrado un campo fértil. Allí, la tónica de los últimos siglos ha sido la sustitución de “viejas” técnicas de producción que priorizaban los recursos locales por otras, más “modernas”, basadas en insumos industriales. Muchas de esas sustituciones significaron, y significan, menos secuestro y más emisión de gases invernaderos. Caballos por tractores, leguminosas por urea, asociaciones y rotaciones por plaguicidas. En ese mismo periodo se amplía el maquillaje de los productos agrícolas, así como las millas que recorren hasta el consumo. Se gasta más energía, se emiten más gases.
La Agricultura Ecológica desde hace algunas décadas busca reescribir esa historia, dejando lo “moderno” ultrapasado haciendo de lo “viejo” la novedad. Sencilla en su práctica, sofisticada en su intento de explicarla, la mezcla de saberes ancestrales y conocimientos contemporáneos viene funcionando en numerosos rincones latinoamericanos. Evitando emisiones de la fabricación y distribución de los arsenales militares travestidos de insumos agrícolas, mantiene los ciclos de nutrientes más cercanos a los ciclos naturales y emite menos gases que hacen del planeta un gran invernadero.
Asimismo, genera condiciones para que hombres y mujeres se queden en el campo, presiona menos los recursos naturales, produce alimentos y fibras de calidad. De paso, enfría el planeta, utilizando la feliz expresión de Vía Campesina.
Si la salida para el calentamiento global requiere nuevas alternativas de energía, y el sol debe ser una de las principales fuentes a ser adoptadas, nada más lógico que buscar una producción agrícola que tenga como matriz energética el sol. Cambiando insumos industriales basados en el petróleo por insumos naturales basados en la fotosíntesis ─ urea por leguminosas, plaguicidas por asociaciones y rotaciones,…
Hacer agricultura enfriando el planeta no es una tarea estrictamente agronómica. Hace falta una mirada en todo el sistema agroalimentario. Promover los productos locales y el comercio local, por motivos obvios, es también condición indispensable para ello. El concepto de “food miles” es antiguo y hoy sabemos que para que un consumidor europeo pueda consumir un kilogramo de fresas del Sur de Brasil, en el otoño, 13 kg de CO2 deben ser emitidos apenas en el trayecto interoceánico.
El ejemplo de la agricultura es emblemático y podría servir de referencia sobre el modus operandi de la sociedad contemporánea. Problema identificado, el hambre. La pseudo busca de soluciones empieza con aumentar la producción mundial de alimentos. Para ello, a partir de problemas técnicos reales, falsas necesidades han sido creadas. Soluciones vendidas. Una revolución propuesta. Efectos colaterales, sociales y ambientales, ignorados. Incluso el objetivo que ha sido alcanzado, el aumento de la producción, no solucionó el problema, el hambre.
Esos hechos se vuelven comunes, ahora que la política está descolgada de la ética y sometida a la economía, las personas son consumidores y la vida se vuelve mercancía. Revertir eso depende de la misma ecuación que demuestra ser exitosa en la agricultura: hacer de lo viejo lo moderno, mezclando pasado y futuro, recreando el ahora.
Los ejemplos de cómo hacer agricultura ecológica tienen como protagonistas los mismos actores citados al inicio, presentes en la reunión en Brasilia. Definitivamente no son ellos los responsables del calentamiento global, aunque el discurso oficial insista “que cada uno debe hacer su parte” para mitigar el problema. En su caso, “hacer su parte” significa seguir haciendo lo que han hecho a través de los siglos, manteniendo y defendiendo los modos de producción agrícola, e incluso de vida, que ellos mantienen y defienden desde siempre. A los otros, les toca seguir el ejemplo, reencontrar su camino.
[1] Ing. Agrónomo, coordinador del Centro Ecológico, ONG que desde 1985 trabaja con asesoría y formación en Agricultura Ecológica en el sur de Brasil
